El tiempo pasó y todos crecimos
-bueno, no todos, algunos seguían
mirando por la ventana y sobrevolando
la moqueta azul de la oficina.
En el trabajo aún se perdía
en la selva de sus sueños
y un grito le nombraba, le arañaba
y rompia el dulce sortilegio.¨
[...]
Mirando absorto la ciudad
ni el rumor de su pecho escuchaba
ni a madre, ni al televisor, ni a la oficina,
sólo un lejano batir de alas.
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